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Descentrar la red

Las redes son mallas ordenadas en un tejido armónico generalmente para capturar alimento – sea la red del pescador o la red de la araña.
En comunicación, las redes locales se superponen con otras redes. Estas no las ordenan sino que las descentran.
El domingo, el escritor Tahar ben Jelloun, en un artículo publicado en La Vanguardia, se preguntaba y nos preguntaba un inquietante: ¿después de Turquía, viene Marruecos o quizás el Magreb en general? Con un título de poema de Cavafis, ‘esperando a los bárbaros’, situaba el reto magrebí como una necesidad europea e inevitable para el Magreb.
El problema es que ese desafío no es tal visto desde Europa. Las relaciones bilaterales que el continente – y sobre todo Francia – mantiene con los tres países ribereños del Mediterráneo se mantiene en un perpeturo desequilibrio ante la inexistencia de un fuerte mercado interno y común magrebí.
Está dislocada la red con Europa porque no hay malla en el Magreb.
Sólo la unión – en la que Europa podría colaborar ampliamente en la creación de infraestructuras –llevaría a la constitución de un Magreb que potenciara sus riquezas humanas y materiales.
El problema es que la esperanza de una pretendida ampliación europea o de una relación personal privilegiada – la zanahoria que han alzado los sucesivos gobiernos franceses muchas veces consciente y alevosamente -, lleva a la catástrofe, la desorganización organizada en beneficio ajeno, la ausencia de planificación y el desmantelamiento de iniciativas y, finalmente, la emigración descontrolada de una población sin expectativas – o peor, con una expectativa puesta en el norte.
La descentralidad, el desventramiento, la orientación de comunicaciones y economías hacia un centro imaginario que parece un palto giratorio, es tan irreflexivo como la posibilidad de construir una muralla en el sur. Son dos alternativas con las que se juega alegremente al borde del abismo.

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